martes, 15 de junio de 2010

TERUEL DE LOS AUSTRIAS Y BORBONES


EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII

Erigida "...sobre un monte perfectamente redondo, rodeado de hondos valles, sirviéndole con sus murallas, torres y almenas de diadema o corona, que con hermosa vista lo agracia y hermosea; con buen dispuesto castillo y antes primorosa ciudadela, y siete puertas para el manejo de sus ciudadanos".

Con estas palabras describía Teruel un anónimo manuscrito redactado en el último tercio del siglo XVIII, perfilando una imagen no muy diferente de la que casi doscientos años atrás reflejara el célebre poema de Yagüe de Salas sobre los Amantes: una pequeña ciudad todavía circundada por sus defensas medievales -que no empezarán a derribarse hasta mediar el XIX - y cuyo caserío, aunque actualizado durante la época moderna, mantiene en esencia su inicial trazado viario de raigambre cristiana. Quiere ello decir que en dichas centurias Teruel no cesó de modificar su semblante, merced a nuevas edificaciones que relevaban a las antiguas, pero sin que esto diera a lugar a cambios sustanciales en su estructura. Mal podía ser de otro modo cuando en aquel tiempo la ciudad padece un franco retroceso económico, que al fin deviene en la ruina del concejo, y una honda crisis jurídica, inaugurándose el período con la sustitución en 1598 de su viejo ordenamiento foral por las leyes generales del reino. Y otro tanto cabe señalar acerca de su población, ya que si bien el s. XVIII trajo consigo un sensible aumento demográfico, tal incremento sucedió a una fase de acentuada pérdida poblacional, llegando a contar en 1650 con poco más de 500 fuegos y, por ende, con una cifra de vecinos muy inferior a la alcanzada en su momento bajomedieval de máximo esplendor.

Así las cosas, es fácil entender por qué durante los s. XVII y XVIII no descuella en Teruel la arquitectura de carácter civil. En particular la pública, muy disminuida con respecto a la levantada en la anterior centuria cuando la ciudad se engalana con obras tan relevantes como los Arcos, amén de las numerosas fuentes que sirven agua a la población, o el Mesón de la Comunidad que, rematado al filo de 1600, constituye el canto de cisne de la magnífica arquitectura civil pública del XVI. Y tocante a las edificaciones domésticas, es obvio que contribuyen a la puesta al día del caserío, aunque ateniéndose casi indefectiblemente al tipo de vivienda tradicional con fachada rematada por el consabido mirador de arcos bajo un volado alero de madera. Tal sucede en casas nobles, como el palacio seiscentista de los marqueses de Tosos, y en otras de menor enjundia, como las que aún se mantienen adosadas a los lienzos septentrionales de la muralla. Y es que habrá que esperar hasta las postrimerías de esta época para que se produzcan mudanzas tipológicas y, según puede verse en casa de la Marquesa, encontrar aquellos elementos reemplazados por aleros de media caña en yeso y perforados por algunos vanos en forma de luneto característicos del último barroco.


Distinto, sin embargo, es el panorama relativo a la arquitectura religiosa, que recibirá un notable impulso merced a razones varias como la instalación de órdenes aún no presentes en la ciudad o la necesidad de renovar las vetustas fábricas de sus parroquias, todo ello alentado por el vigor del pensamiento contrarreformista. Sin olvidar, claro es, la recién instituida diócesis de Teruel, que lo fue en 1577 por bula del Papa Gregorio XIII y cuyos prelados se erigen en los principales promotores artísticos.

La elevación a dignidad catedralicia de la Colegiata de Santa María tuvo, por lo pronto, repercusiones importantes en el propio templo, al que se pretende dotar de una prestancia con arreglo a su condición. Con esta finalidad fue objeto de reformas que irán disfrazando su aspecto mudéjar, como las efectuadas alrededor de 1700 cuando se eliminaron los ábsides laterales para ampliarlo con una girola cuadrada, se rehicieron las dos portadas, subsistiendo de entonces sólo la abierta a la Plaza del Venerable, y se cerró la nave central con falsas bóvedas, imitando lo que un siglo antes se hiciera con las laterales (cubriciones hoy desaparecidas) y dejando oculta su magnífica techumbre mudéjar. Y entretanto no sólo se enriquecían con flamantes capillas, alguna de tanta excelencia como la de los Santos Reyes, sino que estas obras provocaban la remodelación de su entorno juntamente con otras vecinas como la del palacio episcopal (iniciada a finales del XVI y continuada durante todo el siglo siguiente).

También en estas fechas se rehacen muchas parroquias, entre las que perviven la del Salvador, hundida en 1677 y reedificada en el plazo de cinco años, las de San Martín y San Andrés, levantadas a finales del s. XVII, y la dieciochesca de San Miguel. Pero quizás más llamativa sea la parcela arquitectónica conventual, fruto de la aludida llegada de varias órdenes religiosas. Comunidades que, en unos casos, instalan sus conventos fuera de las murallas como los desaparecidos Carmelitas Descalzos y Capuchinos. Intramuros, en cambio, se establecen el de Carmelitas Descalzas, terminado hacia 1660, y el de la Compañía de Jesús, ejecutado por el arquitecto local José Martín de Aldehuela de 1735 a 1742 y cuya destrucción durante la guerra civil supuso la pérdida de una de las mejores iglesias del barroco aragonés.
Este mero recuento -por lo demás incompleto- de parroquias y conventos de los siglos XVII y XVIII da idea de la pujanza que en aquel momento adquieren en Teruel las construcciones religiosas. Una arquitectura que apela al vocabulario formal al uso conforme a un desarrollo que está por precisar, pero que, como en el resto de Aragón, discurre entre el manierismo tardío, aún en vigor durante buena parte del seiscientos, y el rococó, cuya euforia ornamental señoreaba dentro del mencionado templo de los Jesuitas, pasando por diversas fórmulas de filiación barroca. Ahora bien, si apreciable es el cambio acaecido en el orden formal, no lo es menos en el tipológico, por cuanto en esta época la arquitectura religiosa renuncia a las modalidades de origen medieval en favor de otras tomadas del manierismo italiano y más o menos directamente referidas al modelo vignolesco de Il Gesú de Roma; esto es, iglesias de cruz latina de una o tres naves y con crucero cubierto con bóveda hemisférica. Así sucede en las de San Andrés y San Miguel, de tres naves con crucero y cúpula, y en la de la Compañía de Jesús, que reproducía de modo fiel el tipo de templo jesuítico (de una nave, crucero y cúpula, más tribuna sobre las capillas laterales) ensayando previamente, aunque sin pretensiones literales, en la Iglesia de las Carmelitas Descalzas. Lo cual, no obstante tampoco impide cierta variedad de soluciones, toda vez que hay asimismo templos que eluden el uso de la cúpula como el del Salvador, modelo más tradicional de una nave flanqueada por hileras de capillas comunicadas entre sí, o el de San Martín, de tres naves y con girola cuadrada emulando la de la catedral.

Hechos, en fin, integrantes de un capítulo de la historia de Teruel que acaso no se cuente entre los más eminentes ni entre los mejor estudiados, al haberse visto eclipsado por algún momento previo de mayor esplendor, pero que dejó su impronta en la ciudad en forma de monumentos que si en primera instancia modernizaron su fisonomía, a la postre, y en la medida que se conservan, constituyen elocuentes testimonios del pasado de quienes la habitaron.
ITINERARIO POR LA CIUDAD

Los siglos XVII y XVIII dejaron una profunda huella en Teruel. A las importantes remodelaciones urbanísticas (que suponen la superación de los límites impuestos a la Ciudad Medieval), le acompaña la renovación o reformas en todos los edificios religiosos y la construcción de numerosos palacios. Un hito que marcará el inicio de este período será la expulsión de los moriscos (1610) que, además de suponer el abandono de 150 casas, implicará la pérdida de los últimos descendientes de los mudéjares turolenses. El itinerario propuesto se centra en la mitad septentrional del Casco Antiguo, recorriéndose buena parte de los edificios más representativos de este momento.

La elevación en 1587 al rango de Catedral de la Colegial de Santa María de Mediavilla conllevará la ejecución de un notable volumen de obra, que ocultará los rasgos góticos y mudéjares de este edificio y supondrá la amortización de su claustro: sillería del Coro (principios del s. XVII), Baptisterio (1797, diseñado por V. Gascó), capillas de los Santos Reyes (1649), del Venerable Aranda (ampliada en 1700 por F. Dobón y Jordan), de Santa Emerenciana (1704-1715), de Santo Tomás de Villanueva (1700), de la Purísima (1727, realizada por J. Novella y P. Pérez) y de Santa Águeda, así como la Sacristía, la girola y la ocultación de su artesonado mudéjar. En esta última se guarda una monumental custodia barroca de casi 230 Kg. de plata y otras piezas del tesoro catedralicio.

Saliendo por la puerta norte (1699) se pasa a la Plaza del Venerable Francés de Aranda, donde se ubica el Palacio Episcopal, (finales del siglo XVI - 1683). En él se alberga el Museo Diocesano, con una amplia colección de arte sacro, muchas de cuyas piezas corresponden al periodo señalado. Desde allí, por la C/ Tribuna (cruzada por un paso elevado que comunica la Catedral con el Palacio Episcopal), accederemos a la Plaza de Fray Anselmo Polanco. A ella también se puede llegar por la calle de Santa Emerenciana, creada en 1737, fruto de sus reformas efectuadas en la Catedral. De ella se recoge una extraña historia en el Libro Verde, que narra cómo, tras un terremoto en el siglo XVIII, se vio una "bola de fuego" salir del Seminario, disolviéndose al llegar a dicha calle.

En la Plaza de Fray Anselmo Polanco destaca la Casa de la Comunidad, actual Museo de Teruel, edificio de sillería de buena calidad, cuya construcción se inicia a finales del s. XVI. También aquí se encuentra el Palacio de los Marqueses de la Cañada, flanqueado por sendos torreones.
Bajando por la C/ San Miguel pasaremos delante del Palacio de los Marqueses de Tosos, cuyas dependencias se extendían hasta la vecina plaza de la Bombardera, donde aún se conservan dos edificios relacionados con el mismo, coronados con galerías de arquillos.       

Siguiendo por la C/ Pomar o la de S. Miguel se llega a la Iglesia de San Miguel, obra diseñada por M. Dolz en 1737 y concluida en 1775, actualmente sin culto. La Iglesia de San Martín (1704-1708), a la que se accede desde la anterior por la C/ San Martín, también se encuentra fuera de culto; entre ambas, hay que destacar la llamada Casa del Cura, dotada, al igual que buena parte de los palacios turolenses de esta época, de un galería de arquillos.

La Plaza de Pérez Prado, junto a la que se encuentra la Iglesia de San Martín, está muy transformada respecto a su apariencia en los siglos XVII y XVIII. En ella se situaba el Convento de los Trinitarios y el Seminario, por entonces perteneciente a la Compañía de Jesús. Las buenas cualidades estratégicas de este último, ya destacadas por Madoz a mediados del siglo pasado y puestas a prueba en diversos conflictos bélicos, le costarán su existencia durante la Guerra Civil.

Otro edificio desaparecido en la pasada contienda es la Iglesia de Santiago, situada en la cercana Plaza de Cristo Rey, era la parroquial más pequeña de la Ciudad. Los vecinos conventos de Santa Clara (finales del siglo XVII) y las Carmelitas Descalzas (1658-1660) corrieron mejor suerte y se encuentran en mejor estado de conservación. Frente a este último, pero ya extramuros de la Ciudad, se ubicaba el convento masculino de los Carmelitas Descalzos, que posteriormente fue utilizado como cuartel militar, prolongándose su uso como cuartel de la Guardia Civil hasta la presente década.

Por último, siguiendo por la calles Yagüe de Salas y Salvador, llegaremos a la Iglesia del Salvador. La primitiva iglesia se hundió en 1677, lo que obligó a construir otra de planta totalmente nueva, recientemente restaurada. 
E
ste es el punto final de itinerario propuesto. No obstante, distribuidos por la Ciudad hay otros edificios de estas fechas dignos de ser visitados, como la Iglesia de la Merced(1780-1794), la Iglesia de San Andrés (reconstruida casi totalmente tras la Guerra Civil), la Iglesia de San Pedro (conserva algunas capillas de estos momentos), un Palacio situado frente al Convento de San Francisco, etc.
NUCLEOS DE POBLACION ADSCRITOS A LA CIUDAD

Durante los siglos XVII y XVIII también se renovarán arquitectónicamente la mayoría de los edificios religiosos pertenecientes a otros núcleos de población, actualmente adscritos a la Ciudad. Uno de los más destacados es la Iglesia de San Miguel (Villalba Baja), que se empezó a construir en 1695, con una torre de buena fábrica a sus pies. También son interesantes la Iglesia de Santo Tomás de Canterbury (Caudé), en cuya portada se conserva la imagen del santo; la Iglesia de San Sebastián (El Campillo), situada junto a una pintoresca laguna; la Iglesia de San Cosme y San Damián (Valdecebro), incoado expediente de Bien de Interés Cultural (8-2-1983); la Iglesia de Santa Ana (Castralvo), barroca como las ermitas de San Roque y Santa Ana, ubicadas en ese mismo término; la Iglesia de San Martín (Concud), iniciada en los años 30 del siglo XVIII y finalizada en 1743; y la Iglesia de San Andrés (Tortajada), edificio del siglo XVII con torre de 1763, esta última coetánea a la vecina ermita de la Purísima Concepción.

En menos de dos siglos, la localidad de Aldehuela, enclavada entre la Sierra de Javalambre y la Vega del Turia, renovó sus edificios más emblemáticos: la Iglesia de San Miguel, sita sobre un espolón que domina toda la población, fue construida durante los años 60 del siglo XVII; también sobre un cercano relieve dominante se asienta la igualmente barroca Ermita de Santo Cristo; el Ayuntamiento debió ser construido algo antes que la parroquial; la Ermita de Santo Roque, en las afueras del casco urbano, data del siglo XVIII; en ese mismo siglo (concretamente, en 1724), se construye la bella fuente de la Calle Mayor, que emula un templete clásico.